Acabo de tirar al tacho una novela-que mi hijo habia convertido en patin, dicho sea de paso- y en la que el amor es como Candy lo espera: galanteo, palabras bonitas, enamoramiento, noviazgo, compromiso, matrimonio y felicidad para siempre. Hace mucho que no me sirve y para no deshonrar al autor mejor la dejo en el anonimato.
Hoy en dia hay formas menos convencionales de vivir el amor y no me refiero exclusivamente al sentimiento sublime ese de entregarlo todo hasta el tuétano sin pedir nada a cambio. Hablo de las relaciones comunes y silvestres, que no necesariamente salpican amor, pero sí química y compañía.
Es justamente para este ultimo formato que ya imagino -como siempre en San Valentin (otro 14 más, mirando al techo)- los hoteles, hostales y todo tipo de hospedaje lanzar sus ofertas a los mejores postores. Digo yo, ¿acaso una pareja madura no tiene la oportunidad de un encuentro sexual el resto del año?, digo yo, señor juez, por ser buena mujer -enamorada, pareja o amante- me merezco un super, romantico, ya no ya... ¿polvo?
Otro sí: ¿es una muestra de amor sublime llevar al ser deseado a una encerrona entre cuatro paredes por San Vale?, o sea cuatro muros tienen un cine, una heladería, un restaurante o cualquier lugar que se jacte, pero claro los empresarios de la infraestructura hotelera -por no decir amorosa- se empeñan, con globos de corazon y cartelones de por medio- en restregarnos que si no te metes un 'polaco' no estas celebrando el ansiado 14 de febrero.
Por último, quienes arden en deseo, supongo ya deben tener un lugar bien ganado en este mundo, lejos del mundanal ruido de los hoteles (y sí que hay un ruido terrible jaja). Por tanto, ¿por qué seguir congestionando esta viña del señor saliendo de la rutina con una incursión telúrica, justo el día D?
Y es que San Valetin se convierte en nuestra ciudad -presumo que en las demás también- en una fecha caótica en la que el tráfico, el tumulto, los globos acorazonados, los floristas de a luca y la falta de espacios en lugares públicos, todo, absolutamente todo, se configura para que lo último que brote de nuestra cándida alma sea el amor.
Entonces vuelvo a mi ritual: no celebrar nunca -al menos no en los sitios con espejo en el techo- y dejar que mis amigas marquen la agenda más apropiada, esa que nos devuelva a la amistad, porque si buscamos los sitios para jugar al fugaz amor eterno probablemente terminemos con el hígado en la mano, y no con el corazon, que es lo que uno debiera entregar -simbolicamente, claro- en estas traviesas jornadas.
lunes, 11 de febrero de 2008
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1 comentario:
jajaja.........me encerrarán entre cuatro paredes, pero de un resturante, a comer parrilla y pinchos de paso, que no necesariamente es un pincho al paso, aunque se puede dar el caso jijiji. PROVECHO!!!!!!!!
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